Películas, noticieros, grabaciones de radio, registros familiares, podcasts o videos caseros son fragmentos de la historia que, si no se preservan, desaparecen. En un mundo donde todo parece quedar “guardado” en la nube, el patrimonio audiovisual sigue siendo un terreno frágil: miles de documentos se pierden cada año por falta de conservación, desinterés o simple obsolescencia tecnológica.
El origen de una fecha con memoria
El 27 de octubre no fue elegido al azar. Ese mismo día, en 1980, la 21ª Sesión de la Conferencia General de la UNESCO aprobó la Recomendación sobre la Salvaguardia y la Conservación de las Imágenes en Movimiento, un documento clave que instaba a los Estados a proteger los materiales audiovisuales frente al deterioro físico y tecnológico.
Años más tarde, en 2005, la UNESCO proclamó oficialmente esta fecha como el Día Mundial del Patrimonio Audiovisual, con el propósito de sensibilizar a la sociedad y promover acciones concretas de preservación. La idea es simple y profunda: cuidar los sonidos e imágenes del pasado para que las generaciones futuras puedan seguir conociendo quiénes fuimos.

Por qué es importante este patrimonio
Los documentos audiovisuales son testigos directos de su tiempo. A diferencia de un texto escrito, un video o una grabación transportan gestos, acentos, ambientes sonoros, paisajes urbanos y rurales, modos de vestir, costumbres y emociones que ningún otro soporte puede reproducir del mismo modo.
Cada película, cada cinta, cada disco tiene un valor testimonial. En conjunto, forman la memoria viva de las comunidades, permitiendo entender procesos sociales, políticos y culturales con una profundidad que las palabras solas no alcanzan.
Pero al mismo tiempo, estos materiales son extremadamente frágiles. Los soportes de celuloide se degradan, las cintas magnéticas pierden información, los archivos digitales pueden corromperse o quedar inaccesibles si cambian los formatos. A esto se suma un problema estructural: falta de recursos, desconocimiento técnico e infraestructura inadecuada.
De hecho, la UNESCO estima que más del 50% del material audiovisual del siglo XX ya se perdió o se encuentra en riesgo de desaparición. Lo que no se digitaliza, se desvanece.
Archivos, guardianes invisibles
Detrás de cada cinta restaurada o video recuperado, hay equipos enteros de especialistas que trabajan casi en silencio: técnicos de imagen y sonido, archivistas, restauradores, programadores, documentalistas y curadores. Su labor suele ser invisible, pero es esencial.
En Argentina, instituciones como el Archivo General de la Nación, el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, el INCAA, la Televisión Pública o la Fonoteca Nacional cumplen un rol fundamental en la custodia y digitalización de materiales que forman parte de nuestro acervo cultural.
También hay iniciativas independientes, colectivos y universidades que, desde distintos enfoques, buscan rescatar producciones locales, videos comunitarios, archivos sonoros y registros de artistas o movimientos sociales. En tiempos donde todo se puede “borrar” con un clic, estas tareas son actos de resistencia cultural.
Del celuloide a la nube: nuevos desafíos
Hoy, el patrimonio audiovisual enfrenta una paradoja. Nunca se produjeron y compartieron tantos contenidos como ahora, pero nunca fue tan difícil garantizar su preservación. Las plataformas digitales cambian de formato, las tecnologías quedan obsoletas en cuestión de años y los archivos digitales también se deterioran si no se migran correctamente.
En la era del streaming, donde los contenidos parecen infinitos, corremos el riesgo de perder el rastro de lo que ya fue. La digitalización no es un fin en sí mismo, sino una herramienta: requiere planificación, mantenimiento y políticas públicas sostenidas.
Además, el patrimonio audiovisual plantea una discusión ética: ¿de quién es la memoria visual y sonora de una sociedad?. ¿De los Estados, de las empresas, de las comunidades o de quienes la produjeron? En un tiempo donde la inteligencia artificial empieza a recrear imágenes y voces, esta pregunta adquiere una nueva dimensión.
“Destellos en la oscuridad”: la memoria en vivo
En este marco, distintas instituciones conmemoran cada 27 de octubre con actividades que buscan acercar el tema al público. Este año, una de las propuestas destacadas es “Destellos en la oscuridad”, un podcast audiovisual en vivo que combina proyecciones de archivo, narración sonora y entrevistas con especialistas.
La iniciativa, que se presenta en espacios culturales y plataformas digitales, pone en diálogo pasado y presente: rescata fragmentos olvidados del cine y la televisión nacional, grabaciones históricas y testimonios que aún conmueven. Su formato híbrido —entre el documental y la performance sonora— invita a mirar de otro modo lo que creemos conocer.
Como dice uno de sus realizadores, “cada imagen recuperada es un destello en la oscuridad de la historia”. Y no es una metáfora: muchas veces, la restauración literal de un fotograma o un audio significa devolverle la voz o el rostro a quienes fueron silenciados por el tiempo.
Un acto de memoria colectiva
El Día Mundial del Patrimonio Audiovisual no es sólo una efeméride para especialistas o cinéfilos. Es una oportunidad para reconectarnos con nuestra propia historia visual y sonora, para tomar conciencia de que cada archivo guarda algo de nosotros.
Detenerse un momento a mirar un registro antiguo, escuchar una grabación olvidada o reflexionar sobre un documental recuperado también es un acto de responsabilidad colectiva. Porque proteger el patrimonio audiovisual es salvar una parte de nuestra identidad.
Y en una época donde todo se mide en velocidad, likes y segundos de atención, recordar que la memoria necesita tiempo —y cuidado— es más urgente que nunca.








