La actriz estadounidense Diane Keaton, una de las figuras más queridas y emblemáticas de Hollywood, falleció en California a los 79 años, según confirmó un portavoz de su familia a la revista People. La noticia conmocionó al mundo del espectáculo y a generaciones de cinéfilos que crecieron admirando su carisma, su humor y su inconfundible estilo.
La publicación estadounidense informó que no se revelaron detalles sobre las circunstancias de su fallecimiento, y que la familia pidió privacidad en este momento de duelo. En las redes sociales, colegas, directores y fanáticos comenzaron a compartir mensajes de dolor y gratitud hacia una artista que trascendió modas, géneros y décadas, construyendo una carrera tan sólida como singular.
Nacida el 5 de enero de 1946 en Los Ángeles, California, Diane Hall —su verdadero nombre— estudió teatro en la Universidad de Santa Ana y comenzó su carrera en el escenario, participando en producciones de Broadway. Su primer gran papel llegó con la obra Play It Again, Sam, escrita y protagonizada por un joven Woody Allen, quien rápidamente descubrió en ella una chispa especial. Esa conexión sería el inicio de una de las sociedades creativas más recordadas del cine moderno.

Su salto al cine se dio en los años 70, una década de renovación artística en Hollywood. Keaton se convirtió en un rostro emblemático de esa época gracias a su talento natural, su belleza poco convencional y una forma de actuar fresca y espontánea, alejada de los estereotipos femeninos dominantes. En 1972 interpretó a Kay Adams, la esposa de Michael Corleone en El Padrino, de Francis Ford Coppola, un papel que retomó en las dos secuelas de la saga. Su interpretación de una mujer atrapada entre el amor y la oscuridad del poder mafioso mostró su enorme rango dramático.
“Annie Hall”, la consagración de Diane Keaton
Sin embargo, su gran consagración llegó con “Annie Hall” (1977), película que redefinió la comedia romántica y que le valió el Óscar a la Mejor Actriz. El personaje fue casi un reflejo de ella misma: encantadora, torpe, inteligente, irónica y emocionalmente auténtica. Con su ropa holgada, sombreros y corbatas, Diane Keaton se convirtió en ícono de estilo y símbolo de una nueva mujer en pantalla, libre de moldes y etiquetas. “Annie Hall era ella”, solía decir Woody Allen en entrevistas.
A partir de allí, Diane Keaton demostró que no había un solo registro que se le resistiera. En “Manhattan” (1979) volvió a mostrar su talento para el humor y la melancolía, mientras que en “Reds” (1981), dirigida por Warren Beatty, desplegó su fuerza dramática interpretando a la periodista Louise Bryant, papel por el que obtuvo una nueva nominación al Óscar.
Durante los años 80 y 90 consolidó su figura como una actriz respetada, con una filmografía que combinó dramas intensos y comedias brillantes. Participó en películas como Crímenes del corazón, El padre de la novia, El club de las divorciadas y Alguien tiene que ceder, junto a Jack Nicholson, una de las duplas más recordadas de su etapa madura. Esa película, estrenada en 2003, le dio una nueva nominación al Óscar y la consagró como ícono romántico de otra generación.
Además de su trabajo frente a cámara, Diane Keaton desarrolló una faceta menos conocida pero igualmente relevante como directora, productora y fotógrafa. Dirigió videoclips, documentales y el film Heaven, y publicó varios libros en los que exploró su pasión por la arquitectura, la moda y la memoria familiar. Su mirada curiosa y su humor siempre fueron parte esencial de su identidad artística.
Su estilo de vida también contribuyó a forjar su leyenda. Diane Keaton Nunca se casó y adoptó dos hijos, Dexter y Duke, a quienes dedicó los últimos años de su vida. En entrevistas, hablaba con naturalidad sobre la maternidad tardía, el paso del tiempo y su decisión de mantenerse fiel a sí misma. “No me arrepiento de nada. He tenido una vida maravillosa, llena de arte, amigos y risas”, declaró en una conversación con The Guardian en 2018.
A lo largo de más de cinco décadas de trayectoria, Diane Keaton fue reconocida no solo por su talento, sino por su autenticidad y su elegancia excéntrica. En un Hollywood que muchas veces impuso moldes rígidos, ella eligió ser diferente. Supo reírse de sí misma, abrazar sus rarezas y envejecer con dignidad, convirtiéndose en referente para generaciones de actrices que la admiraban tanto por su arte como por su actitud ante la vida.
Con su voz inconfundible, su mirada luminosa y ese andar tan característico, Diane Keaton dejó una marca profunda en el cine y en la cultura popular. Fue una artista total, una mujer libre y una presencia entrañable que transformó cada personaje en algo genuino y humano.
Hoy, Hollywood la despide con tristeza, pero también con gratitud. Porque más allá de los premios, los éxitos y los íconos, Diane Keaton representó algo mucho más grande: la posibilidad de ser uno mismo, en la pantalla y fuera de ella.








