Hoy estuve pensando en la cantidad de maneras en las que un atacante podría hacerse con mi contraseña. Hay técnicas sofisticadas y otras más sutiles, pero todas tienen algo en común, buscan aprovechar algún descuido o falta de atención.
El phishing, por ejemplo, me parece una de las más peligrosas porque juega con la confianza. Recibo correos y mensajes que parecen legítimos, como si fueran de mi banco o de una plataforma que uso a diario. Con un tono urgente me piden que ingrese mis datos, asegurando que hay algún problema que debo resolver de inmediato. Es fácil caer en la trampa si no se presta suficiente atención.
Pero hay otra amenaza silenciosa: el infostealer. Se trata de un tipo de malware diseñado específicamente para robar información sensible, como contraseñas almacenadas en navegadores, datos bancarios y credenciales de acceso a diferentes cuentas. Lo inquietante es que puede infiltrarse en mi equipo de formas inesperadas.
A veces llega camuflado en archivos descargados desde sitios poco confiables, en programas piratas o incluso en documentos adjuntos de correos sospechosos. Basta con abrir el archivo infectado para que el malware se instale en segundo plano, sin que me dé cuenta. Desde ese momento, empieza a recopilar información y enviarla al atacante.
Pensándolo bien, proteger mis cuentas es más que solo elegir una buena contraseña. Es estar alerta, desconfiar de lo que parece demasiado urgente, comprobar siempre la fuente de los mensajes y evitar descargar archivos de dudosa procedencia. La seguridad digital depende tanto de la tecnología como de mis propios hábitos.